Viña del Mar

No sé si contaros cómo fue aquella noche en el hotel… ¡Qué desastre! En cuanto llegamos, tan cansados como estábamos, de la excursión a Valparaíso, llamamos durante casi media hora al timbre para poder entrar al hotel. ¡No había nadie! Tuvimos que ir al otro edificio (el hotel tenía dos) a buscar a alguien. Quisimos darnos una ducha relajante. ¡No había agua caliente! ¡Vaya toalla! Al final acabaron cambiándonos a otra habitación. Desde entonces, por suerte, todo marchó bien, y dormimos tranquilamente.

Mientras desayunábamos nos pusimos a organizar nuestra ruta por Viña del Mar. Es igual de colorida que su hermana Valparaíso, ¡pero de forma totalmente distinta! Mientras que Valparaíso tiene un ambiente clásico y pintoresco, Viña del Mar es una ciudad moderna y centrada en el turismo playero. ¿Sabéis que la llaman la Ciudad Jardín, por la cantidad de parques que tiene? También está llena de palacetes y castillos construidos a principios del siglo XX. Y, por supuesto, Viña del Mar es conocida por su famosísimo festival de música.

Decidimos empezar  nuestro recorrido por el Reloj de Flores. ¡Qué manera tan bonita y florida de dar la hora! Desde luego, este es un ejemplo de cómo se pueden combinar en perfecta armonía la naturaleza y la precisa mecánica suiza. Recordé que había uno muy parecido en la ciudad de Oostende, en Bélgica. ¿Cuál se habrá construido primero?

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¡El sol me daba de cara! Pero uno no se podía confiar, hacía mucho frío…

Continuamos nuestro camino por la costa, para pasear un poco por el paseo marítimo y ver los castillos. El primero que vimos fue el Castillo Ross, que se alzaba al pie de una colina, con vistas al mar. El paseo marítimo era precioso… Uno se podría parar cada dos metros a sacar una foto distinta, y aún así se dejaría cosas por ver. No sólo había metros y metros de playa y roca, sino que mirases donde mirases, todo parecía una reserva natural de aves marinas. ¡Qué de gaviotas y pelícanos!

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Todos los pájaros que hay en aquella roca son pelícanos. ¡Eran enormes!

Poco más allá de la roca de los pelícanos estaba el Castillo Wulff, diseñado al estilo medieval europeo. ¿Quién no querría tener un torreón que se adentrase en el mar? ¡A mí no me importaría!

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¡Y aún nos quedaba mucho que ver en el paseo marítimo! A escasos metros teníamos el casino, uno de los símbolos de Viña del Mar y uno de los casinos más modernos del mundo. ¡Tiene cabaret y todo! Pasado el casino decidimos cambiar de paseo e ir por la playa. Ahí, a lo lejos, teníamos el Muelle Vergara, que solía ser un embarcadero para las mercancías que llegaban a la ciudad. Cuando dejó de tener ese uso, sirvió de feria de artesanía, con montones de puestecitos y restaurantes. Por desgracia, el muelle se empezó a deteriorar, y hubo que quitarlo todo. ¡Qué pena! Ahora mismo no se puede visitar, pero está previsto que se restaure en los próximos años.

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Pasado el Muelle Vergara empezamos a adentrarnos en la ciudad, ya que habíamos quedado para comer en casa del abuelo de Joaquín. ¡Qué simpático es! Fue marino durante muchos años y nos contó muchas anécdotas de viajes. ¡Ha viajado por todo el mundo! Japón, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos… Además, le encanta escribir poemas, y cuando le gusta una canción cuya letra está en un idioma que no entiende, ¡se la inventa! Y le queda incluso mejor que la original. Fue una comida muy agradable.

Se iba acercando la hora de volver a Santiago, así que nos despedimos del abuelo de Joaquín, para que nos diese tiempo a ver un par de cosas más. Justo al lado teníamos el Palacio Rioja, construido como residencia de un rico empresario y banquero español a principios del siglo pasado.

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Sólo nos faltaba una cosa que no podíamos perdernos antes de emprender el camino de vuelta: la Quinta Vergara. Se trata de un enorme parque, en cuyo interior se encuentran el Palacio Vergara y el Anfiteatro, donde se celebra cada año el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. ¡Qué ganas de ver el escenario! Además es un parque muy bonito. Pero en cuanto llegamos a la entrada, ¡sorpresa! Estaba cerrado. ¿¿Por qué?? En nuestra guía ponía que debía estar abierto. ¡Qué rabia! Con las ganas que yo tenía de ver el parque… Pero Marta había estado hace unos años, así que me ha dejado un par de fotos para que os lo enseñe, aunque me haya quedado sin verlo.

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Aquí, entre los árboles y las flores, está el Palacio Vergara…

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…y aquí el enorme anfiteatro donde se celebra el Festival de Viña.

 Un poco apenados por no haber entrado a la Quinta Vergara, nos dirigimos a la estación de autobuses, de donde saldríamos de vuelta a Santiago.

Bueno, amigos, este ha sido el último capítulo de mi aventura por Chile, ya que los últimos dos días los pasamos tranquilamente en familia, en Santiago. La vuelta se nos hizo un poco dura. ¡A nadie le gustan las despedidas! Pero nos hemos quedado con ganas de ver más, así que el año que viene volveremos, pero esta vez en septiembre. ¡No podemos perdernos las fiestas!

Pronto os contaré muchos viajes más, Marta y yo hemos pasado por tantos sitios… ¡Estad atentos y no os los perdáis!

¡Hasta la próxima!

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