¡Madre mía, menudo jet lag que llevamos encima! La diferencia horaria nos ha pasado factura. Marta se ha despertado a las seis de la mañana, y ya después no hubo manera de dormir. Es que entre España y Chile tenemos ahora 6 horas de diferencia…
Pasamos la mañana relajada en casa de Joaquín, para por la tarde ir a ver uno de los sitios más bonitos de Santiago: el Pueblito de los Dominicos. ¡Qué bonito es! Se construyó en el siglo XVIII, como propiedad de la familia Canisbro, aunque después pasó a manos de la orden religiosa de los Dominicos.
Ahora es un importante mercado de artesanías tradicionales chilenas. ¡Daban ganas de comprarlo todo! Estatuillas indígenas de barro y cerámica, pinturas, joyas de plata y lapislázuli, bolsos de cuero, ponchos de lana… Y dulces típicos, como chumbeques, alfajores, cuchuflís… Y, por supuesto, un sitio ideal para hacer fotos. El pequeño riachuelo y los bosquecillos de bambú dan un ambiente tan tranquilo… Uno podría sentarse durante horas a ver girar los molinos de agua.
Después, poco antes de que empezase a oscurecer, nos fuimos a visitar a la abuela y las tías de Joaquín, que viven justo al lado. Nos prepararon un delicioso té con galletas. Como era invierno anochece temprano y hace bastante frío, así que se estaba muy bien ahí, al calorcito de la estufa, mientras su tía nos enseñaba el libro que había escrito con sus memorias y anécdotas de pequeña.
Un poco más tarde regresamos en autobús a casa de Joaquín, quien, por cierto, ¡mañana está de cumple!
Me pregunto qué haremos mañana, aparte de celebrar el cumpleaños de Joaquín con su familia. Quizá salgamos a pasear… ¡Ya os lo contaré!