Berlín (Día 2)

¡Qué bien dormimos aquella noche! Estábamos tan cansadas de caminar… Pero nos levantamos con energías. ¡Todavía había mucho que ver! Bajamos a desayunar a la cafetería del hotel, mientras mirábamos la guía y el mapa, para planear el recorrido del día.

Decidimos empezar por Potsdamer Platz. Cogimos el metro, que nos dejó en Leipziger Platz. Ahí había un trozo bien colorido del muro. ¡Al parecer atravesaba la plaza entera! Entonces, ¿todos los edificios antes no estaban? Claro, había olvidado que en la Segunda Guerra mundial la zona había quedado destruida casi por completo. ¡Cuesta imaginárselo!

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Empezamos con una foto de Marta y Alicia con el muro.

En cuanto Alemania se reunificó, se empezó a reconstruir todo siguiendo el modelo de «ciudad moderna europea». Participaron grandes arquitectos y cuando terminaron las obras, ¡quedó irreconocible! Llena de rascacielos y edificios modernos de formas originales…

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Nos tomamos un batido bajo la cúpula del Sony Center.

Después de relajarnos un rato a la sombra del Sony Center mientras nos tomábamos nuestro batido, continuamos nuestro recorrido. Pasamos por delante del Bundesamt, una de las oficinas del estado. ¡Era un edificio muy bonito! Poco más alante nos encontramos con una plaza llena de rosas. Nos entró curiosidad, pero no estaba en el mapa. Vimos en un cartel el nombre: «Plaza del levantamiento del pueblo en 1953». ¿Qué sería? Ahí fue donde Marta sacó su móvil y buscó en internet qué había pasado en esa plaza. Resulta que el 17 de junio de 1953 hubo una gran protesta contra el gobierno de la Alemania del Este, que empezó por una huelga de obreros. Las manifestaciones fueron fuertemente reprimidas por el ejército soviético. ¡Hubo más de 300 muertos! Y fue una casualidad que el día que lo visitamos era 18 de junio… Debieron poner las rosas el día anterior, para conmemorar ese día.

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Al principio pensábamos que lo que había en el centro era agua… Pero no. ¡Son fotos de personas!

En lugar de ir directamente hacia la Puerta de Brandenburgo, decidimos desviarnos por una calle, para visitar un sitio interesante: el Monumento al Holocausto. Consiste en muchos bloques de hormigón, colocados de forma que den una sensación de confusión, de que uno está perdido, para mostrarnos, en parte, cómo se sentían todos los judíos recluidos en los campos de concentración. Desde luego, los arquitectos consiguieron el efecto. ¡Es el sitio perfecto para perderse!

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¡Estoy aquí! ¿Me ves?

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¡Ahora aquí!

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¡Bu!

Tras hacer unas cuantas fotos, continuamos nuestro viaje. Siguiente destino: ¡Puerta de Brandenburgo! Era una auténtica lástima que estuviese en obras, toda rodeada de andamios… ¡Con lo bonita que es! Se construyó a finales del siglo XVIII. ¡Llamó tanto la atención que Napoleón se llevó la estatua de la cuádriga a París! Eso sí, poco más tarde se devolvió a Berlín. Al espacio entre las columnas lo llaman «habitación del silencio», porque está aislado del ajetreo de las calles. ¡Qué pena no haber pasado por allí! Tuvimos mala suerte al pillarlo en obras… La plaza a la que lleva la puerta (Pariser Platz) tuvo que remodelarse casi por completo tras la caída del muro. ¡Es que pasaba por ahí en medio!

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¡Aquí estoy! En la Puerta de Alcalá, digo… ¡Brandenburgo!

Poco más allá de la puerta teníamos el Reichstag, el Parlamento. Fue construido durante el reinado del Kaiser Guillermo II  (Kaiser significa emperador), pero se cuenta que no le gustó el edificio, y ordenó que su cúpula no tuviese ni un milímetro más que el palacio real. La cúpula quedó destruida poco antes de la II Guerra Mundial, por culpa de un incendio, y tras esta, el edificio quedó abandonado hasta los años 90, cuando se empezó a construir una nueva cúpula de cristal. ¡Qué ganas teníamos de subir! Pero… ¡Vaya cola! Además había un cartel que decía que para subir a la cúpula había que reservar con antelación. Si lo hubiésemos sabido el día anterior…

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¡Es un edificio muy bonito! No entiendo cómo a Guillermo II no le podía gustar…

¡Y sí! Toda la gente que se ve es la cola.

Un tanto decepcionadas por no haber podido entrar al Reichstag empezamos a adentrarnos en el Tiergarten, el enorme parque que lleva hasta el barrio de Charlottenburg. Ahí están la Casa de las Culturas del Mundo, el palacio de Bellevue y, caminando un trecho (grande) más, la Columna de la Victoria. ¡Es muy alta! Y no sabíamos que se podía subir hasta arriba del todo para ver el panorama… Pero no estábamos con energías suficientes para tantas escaleras. Hay que decir que recorrimos todo el Tiergarten bajo el sol, y teníamos mucho calor. Así que la mejor idea era coger el autobús hasta Charlottenburg.

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Nos bajamos en la parada del zoo, para ver también la Gedächtnis Kirche, una iglesia en conmemoración al Kaiser Guillermo II (¡este señor está en todas partes!). Llama mucho la atención, porque está rota. Faltaba la mitad de la torre y varias partes están sin techo, porque se destruyó en la guerra (como casi toda la ciudad… ¡qué pena!). Decidió no restaurarse, para que sus ruinas quedasen como un monumento en contra de la guerra. Decidimos entrar, y vimos que, por lo menos, se conservan la mayoría de los mosaicos dorados del techo. Además, tuvimos la suerte de encontrarnos con una estudiante de Historia, que se ofreció a explicarnos la historia del lugar.

Aprovechamos para comer unos perritos calientes por la zona, y cogimos el autobús hasta el Palacio de Charlottenburg. ¡Es muy bonito! No me extraña que los reyes quisieran una residencia así… Tras pagar la entrada, cogimos un audioguía, que nos fue contando toda la historia del palacio. Lo mandó construir Sofía Carlota, la esposa del príncipe Federico (que luego se convirtió en el rey Federico I de Prusia), como residencia de verano, para alejarse del bullicio de la ciudad. Y por lo visto, a la reina le gustaba el té y coleccionaba tazas de porcelana, e incluso decoró varias salas con estanterías estrechitas especialmente pensadas para su porcelana. Le gustaba mucho el arte y a menudo invitaba a poetas, pintores y músicos a su palacio. Los jardines eran especialmente bonitos. Empezaron diseñándose al estilo francés, pero más tarde, en la época de Federico II (nieto de Sofía Carlota), se cambió el diseño al de un jardín inglés. ¡El sitio perfecto para relajarse a la sombra!

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Salgo un poco borrosa… pero ¿a que es un palacio precioso?

Tengo que decir que estábamos agotadas. Hacía mucho calor y, aunque no lo parezca, habíamos caminado una barbaridad. Así que para la tarde optamos por un plan tranquilo. ¿Qué tal un museo? Nos decidimos por el Museo Judío, así que tomamos el metro hasta la dirección que indicaba la guía. Pero cuando llegamos a la calle indicada nos dimos cuenta de que ahí no había ningún museo, y menos uno tan grande como el judío. ¡La dirección estaba mal! Recurrimos de nuevo al móvil de Marta para encontrar en internet la dirección correcta… Y no estaba nada cerca. ¡Qué mala pata! Caminamos siguiendo cuidadosamente el mapa, ya con un poco de dolor en los pies. Pero por el camino encontramos algo que llamó nuestra atención. Había un gran trozo de muro, en el que parecía haber una exposición. Nos acercamos a ver qué era. Se trataba de la Exposición Topográfica del Terror, que cuenta las atrocidades que se cometieron durante la época nazi. Entiendo perfectamente por qué la llaman exposición del terror…

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Desde luego, lo que cuenta esa exposición es un verdadero horror. ¿Cómo podía haber gente que hiciera cosas tan horribles?

Poco después llegamos al Museo Judío. ¡Por fin! Después de tanto caminar hacia una dirección que no era y lo que nos costó rectificar, era un alivio haber llegado. El museo contaba toda la historia del judaísmo en Alemania, desde la Edad Media. Era muy interesante. Además, había secciones donde explicaban costumbres de la religión judía, fiestas, comidas… y hacían algunas comparaciones con el cristianismo y el islam. Aprendimos muchas cosas de las tres religiones, que no son tan distintas como parecen. Aunque tengo que añadir que el museo, entre las exposiciones permanentes y las temporales, estaba organizado de una forma un poco caótica. Uno no sabía bien por dónde empezar, o por dónde tenía que seguir. Pero me gustó mucho. Me recordó en parte al de Frankfurt, aunque ese me gustó más.

En cuanto terminamos de ver el museo (o nos echaron, porque nos quedamos casi hasta que cerraron), nos fuimos directas al hotel. ¡Estábamos agotadas! Hicimos una pequeña parada para comprar un par de cosas para cenar en la habitación. Y una vez allí, nos cambiamos de ropa y nos pusimos… ¡La camiseta de la Selección Española! Aquella noche España jugaba su segundo partido del Mundial, contra Chile. Después de la paliza que nos dio Holanda en el partido anterior, no teníamos muchas esperanzas de ganar, pero aún así nos hacía ilusión ver el partido.

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¡Aquí estábamos, listas para el partido!

Efectivamente, a pesar de los ánimos telepáticos que les mandábamos a nuestros jugadores, España perdió, y quedó eliminada del mundial. ¡Jo! ¡Qué pena! Pero, tampoco me disgustaba que hubiese ganado Chile. ¿Sabéis por qué? Joaquín, el novio de Marta, es chileno. ¡Y de hecho, iremos a Chile dentro de poco!

Finalmente, alegrándonos por Chile y apenándonos por España, nos fuimos a dormir. ¡Aún teníamos mucho Berlín que ver! Y os aseguro que no tardé nada en quedarme dormida…

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